La lluvia cálida caía torrencialmente y nos resbalaba por todo el cuerpo. Estruendosos truenos sacudían y acrecentaban nuestra rabía, arrancándonos gritos redoblados a cada relámpago ante la visión de nuestras partes sexuales. Simone había encontrado un charco de barro y se embadurnaba con él: se masturbaba con la tierra y gozaba, fustigada por el chaparrón, con mi cabeza apretada entre sus piernas manchadas de tierra, el rostro encenegado en el charco donde agitaba el culo de Marcelle, a quien abrazaba por los riñones mientras con la mano tiraba del muslo abriéndolo con fuerza.
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